La erosión de la cohesión social se ha agravado de manera global en los últimos años; se han debilitado los lazos que vinculan a una comunidad. id:82470
OBS Business School publica el informe
Migración pospandemia: los desafíos de la cohesión social dirigido por
Juan Manuel Chávez, investigador de la escuela. En él se analiza lo extranjero, los riesgos, la prosperidad y la crisis desde el punto de vista del desplazamiento humano y la cohesión social.
Aunque el acto de migrar es inherente a la humanidad, lo cierto es que hay épocas en las cuales estas peregrinaciones tienen motivaciones especialmente sobrecogedoras. Lo hemos visto durante la pandemia y está ocurriendo ahora con el estallido de la guerra en Ucrania. En 2021 se vieron abocadas a dejar su lugar de origen 84 millones de personas, lo que determinó para siempre sus vidas.
Múltiples son las razones para la migración y, según el informe de OBS, los flujos no siguen exclusivamente la orientación del Sur global al Norte global. De hecho, subsisten por lo menos un par de mitos: que las personas de los países sacudidos por los conflictos sociopolíticos y las debacles económicas se dirigen a las grandes potencias de Occidente, cuando no es así: un porcentaje muy significativo se instala en países que solo son menos pobres; y que la mayoría de los extranjeros que se buscan la vida en España proviene de África, cuando tampoco es cierto: llegan muchos en avión desde América Latina o en ruta europea desde el Este del continente.
Razones para la migración
Un 20% de la población mundial vive con miedo a morir por bombardeos, ataques armados, minas terrestres, violaciones o secuestros. De hecho, una de cada cinco personas del planeta tiene sensación de angustia e inseguridad. A esta realidad se sumó en 2020 la irrupción de la pandemia que, aunque restringió el movimiento entre países, agudizó muchísimo las causas que generan estas migraciones. Ahora, la guerra de Ucrania está provocando el mayor éxodo desde la 2ª Guerra Mundial.
Ante estos movimientos de población, la erosión de la cohesión social es el riesgo que más se ha agravado de manera global, es decir, se han debilitado los lazos que vinculan a una comunidad. Según indica Juan Manuel Chávez “ni los efectos del cambio climático ni la meteorología extrema ni la pérdida de la biodiversidad se han recrudecido tanto en los últimos dos años como el resquebrajamiento de la integración entre las personas”. Ello afecta a los consensos a los que habían llegado las comunidades y el sentido de pertenencia que fueron alcanzando en un barrio, en un distrito, en una ciudad y en un país. En consecuencia, aumentan las discrepancias y crece la crispación, que llevará a algunos a sufrir marginación o desarraigo. “Esta conflictividad de ahora mantendrá su incidencia durante la presente década”, afirma el profesor Chávez.
Preguntado el profesor sobre la posibilidad de que la guerra en Ucrania pueda servir para fortalecer los lazos entre sus habitantes, opina: “Espero que no esté sirviendo para ello. Que una guerra sea útil para cohesionar una sociedad en lo local, nacional o continental sería un mal síntoma. Lo que sucede en Ucrania no viene a favorecer el sentido de armonía regional ni global, tampoco estrecha las relaciones entre las personas. En todo caso, puede afianzar una cohesión de tipo tribal bajo los parámetros de lo propio para los míos, y por fuera estará lo ajeno, que establece claramente quién es el enemigo y mantiene la indiferencia o el desinterés con respecto a los otros, que atraviesan el Mediterráneo o el Atlántico. Es lo que tiene un conflicto bélico que, incluso uniendo, termina por partir a las sociedades”.
Lo cierto es que sin la fuerza de los extranjeros un país no rompe su inercia, porque los migrantes representan el 3% de la población mundial, pero contribuyen al 9% de su PIB. Pero el problema de la migración va más allá de las meras cifras. Juan Manuel Chávez considera: “Deliberar sobre la migración en el fondo del debate público, mediático y de las políticas sociales ha de evitar la reducción de las personas a cantidades que se miden y comparan”.
Migración española
Antes de la pandemia, el número de inmigrantes en España superaba los seis millones de personas que procedían, sobre todo, de Marruecos, Rumania y Ecuador; también, había colombianos, británicos y otras nacionalidades como argentinos, franceses o venezolanos. En total, se trataba de un 4,52% más de mujeres que hombres. Pero las cifras de 2021 muestran que su integración no es la adecuada: mientras un 45,7% de los nacionalizados españoles tiene una integración plena, esta cifra es del 37,9% entre los extranjeros comunitarios y solo del 3,5% cuando hablamos de extracomunitarios residentes en nuestro país; el 37,7% sufre una exclusión severa.
Supone un reto para España afianzar los programas de integración de colectivos que, además de numerosos, son muy diferentes entre sí por su diferente procedencia. En el marco de la ley y de la Constitución, el objetivo es favorecer la convivencia de culturas e identidades que enriquezcan con su diversidad, asegurándolo de persona a persona. En este sentido el profesor Chávez opina que queda mucho por construir para que confluyan la oportunidad y la seguridad en torno a los desplazamientos internacionales: la peligrosidad en los pasos de frontera, los interrogantes sobre el tratamiento a quienes buscan refugio, el efecto que producen los discursos del poder político y mediático frente al extranjero; “incluso, hay un planeamiento urbano que podría favorecer la cohesión de lo diverso”, indica.
En cuanto a la emigración, los países extranjeros en los que residen más personas de nacionalidad española son Argentina (473.519), Francia (273.290) y Estados Unidos (167.426) según datos del INE. El informe indica que el presente también consiste en retener con mejores perspectivas de vida, que jamás se limitan al empleo o lo salarial, a esa juventud que se percibe tan entrenada para responder a las necesidades globales.
El desafío de España como país de acogida
El profesor Chávez no duda en calificar a la sociedad española de acogedora: “Si la acogida implica ese recibimiento que brinda ayuda y protección a los forasteros que han llegado, puede afirmarse con seguridad que la sociedad española, persona a persona, tiene esta disposición hacia lo diverso y lo extranjero”. Muestra de ello es que, con una población foránea que fluctúa entre los 5 y 6 millones de personas provenientes de diferentes culturas, no existen grandes conflictos como sí ocurre en otros países.
Tratar la migración, antes y ahora, es abordar y afrontar un amplio espectro de problemáticas que jamás se limitan a las cuestiones evidentes de la pobreza, la violencia o el deseo de mayor prosperidad, sino que tienen que ver con aspectos de accesibilidad general y de organización comunitaria; incluso toca las fronteras del machismo y del ecologismo.
El presidente de Ucrania, día tras día, ha reclamado el apoyo internacional contra la salvaje invasión rusa del territorio y lo ha hecho apelando a su condición de europeos. Con ello ha logrado que Europa reaccione a su favor como no lo hizo con refugiados de Afganistán el año pasado, o de Siria hace poco más de un lustro. “Esos discursos, claros y apelativos, han enfatizado un sentido de identidad europeo y ante ello, no cabe la indiferencia, pues las palabras han hecho a todos sentir que es uno nosotros quien clama por ayuda”. Sin embargo, en la humanidad gana siempre la ley de la inercia y los volúmenes que se magnifican, como la reacción de apoyo y protección a los refugiados de Ucrania, regresarán a su dimensión convencional con el paso del tiempo. “Cuando decaigan las exhortaciones a los valores y supremacía de lo europeo, es probable que decaiga también la prontitud con que se desarrolla la acogida de extranjeros”, concluye Juan Manuel Chávez.