El cardenal en su laberinto
OPINIÓN: Por José Aragón, pintor y escritor nicaragüense
martes 12 de marzo de 2019, 18:44h
Es bien sabido que para el buen funcionamiento de toda organización seria, es imprescindible un liderazgo fuerte, creativo y positivo; un proyecto claro; un equipo disciplinado, motivado y organizado que promueva, impulse y de seguimiento a la participación activa de sus miembros en aras del cumplimiento de los planes y metas trazados. id:42977
O dicho en buen nicaragüense: sin organización, sin liderazgo, sin proyecto, sin equipo y sin disciplina “solo se hacen locuritas”.
Durante estos meses, a lo interno de la iglesia católica de Nicaragua, se ha puesto en evidencia el débil y socavado liderazgo del Cardenal Leopoldo Brenes. Seguramente debido a esa endeblez hemos visto cómo, mientras el Cardenal deambulaba desorientado en su laberinto, dentro de las filas de sus obispos florecía exuberante una gran variedad de egos desmedidos y ambiciones personales de toda clase que arrastraron a la iglesia por un rosario de acciones y conductas erráticas que han desorientado y dividido a gran parte de sus seguidores. En pocos meses, el excesivo e incontrolado deseo de protagonismo político de algunos curas, ha pulverizado un principio y un comportamiento muy tenido en cuenta por la iglesia durante siglos: la discreción… porque, como hemos visto, sin discreción y sin sigilo, todo se transforma en una vulgar evidencia.
Es verdad que un Cura, como cualquier otro ser humano, tiene todo el derecho a albergar pasiones, ambiciones, vicios, odios y rencores, pero su profesión le obliga a ejercer un férreo control sobre sus emociones y actos porque ha de tener siempre en cuenta que la organización para la que trabaja aglutina a personas de todos los colores políticos e ideológicos, económicos y sociales, lo que le inhibe abrazar consignas y banderas que no sean las de la concordia entre hermanos y el buen vivir de su feligresía. Por eso sería muy sano para la iglesia y para la sociedad en general que, aquellos curas que sienten más vocación por la política que por las cosas de Dios, renuncien a su hábitos y se entreguen a su verdadera vocación, así como otros muchos, ante la imposibilidad de dominar la carne y sus deseos, han tenido la honradez de abandonar el púlpito para dedicarse a darle vida a sus placeres o a hacer más placentera a su vida.
La iglesia católica ha sido una organización social muy importante y referente esencial en el devenir de nuestra conflictiva historia. Por eso es muy triste ver cómo, durante estos meses, sus mismos representantes convirtieron la imagen de ésta en una esperpéntica caricatura de sí misma y la colocaron en una situación incómoda que le hace difícil jugar el papel de neutralidad, guía y consenso que la sociedad esperaba de ella y que, en otros tiempos, bajo el liderazgo del cardenal Obando y Bravo, tan eficaz y oportunamente desempeñó. Si los curas hubieran controlado sus humanos ímpetus egocéntricos y faranduleros, si no hubiesen sido parte beligerante de la violencia hoy estaríamos ante una iglesia fortalecida que ejercería su influencia equilibrada sin complejos.
Pero nunca es tarde si la dicha es buena. Estos días parece que el Cardenal Brenes regresó del Vaticano con la lección bien aprendida, el Papa le dejó bien claro que “Las cuestiones de la política son asuntos que corresponde resolver a los políticos”… y la iglesia se debe limitar a cuidar de su rebaño, intentar sembrar paz sobre el corazón de sus obispos, recomponer su maltrecha organización y fortalecer su liderazgo, porque ha quedado bastante en evidencia que cuando un cura se mete en asuntos demasiado terrenales, puede terminar tocando a Dios con las manos sucias, algo que en estos tiempo es muy arriesgado porque los caladeros donde se pescan almas están cada día más raquíticos y la competencia más abundante.